viernes, 14 de junio de 2013

Memoria compartida

Que me gusta escribir quizá sea un secreto a voces. De hecho, este blog nació como un espacio en el que escribir sobre mis aficiones (sobre todo el mundo de los libros) y donde compartir algunos relatos.

Hace unas semanas decidí presentarme al concurso III Premio de Relatos "El folio en blanco", organizado por Fnac y yoquieroescribir.es. Parecía sencillo porque no era mucho espacio, pero escribir una historia en una sola página... ¡cuesta muchísimo! Y yo me decidí... ¡a menos de dos horas de que se cerrase el plazo! Pero conseguí escribir algo que al menos a mí no me disgusta (soy muy crítica conmigo misma y siempre pienso que puede ser mejorable). Se presentaron 1.300 relatos y hoy han revelado el nombre del ganador y de los cinco finalistas... y no estoy entre ellos. Pero lejos de ser una mala noticia (soy consciente de que éramos muchos participantes) y pensar "No vuelvo a presentarme a otro", a mí me da ánimos para seguir mejorando y escribir de la mejor manera que sé. 

Bien, ahora que ya han publicado los nombres del ganador y los finalistas, quiero compartir con vosotros esta historia. 



MEMORIA COMPARTIDA

Siempre le había resultado difícil explicar con palabras el amor que sentía por su abuelo. El anciano de pelo canoso y mirada inocente le regalaba todos los días una sonrisa que la llenaba de energía y vida. Con él había aprendido a cazar grillos, a cuidar los nidos de los pájaros que encontraban en los árboles y a recorrer las calles del pueblo en bicicleta. Su carácter se había ido forjando con la generosidad de aquel viejecito.

Emma contaba cada día las horas para terminar su jornada laboral e ir corriendo a casa de su abuelo. Aunque no conservaba la rapidez y la energía de tiempos pasados, los años no habían mermado la vitalidad del anciano. Le preparaba el té y se sentaba con él para escuchar, una vez más, la historia de amor con su abuela, las anécdotas del servicio militar o las travesuras que hacía con sus hermanos en la infancia. Las conocía de memoria, pero seguía prestando la misma atención que la primera vez que se lo había contado, sin interrumpirlo y riéndose siempre en las mismas partes graciosas. Curioseaban una y otra vez el álbum de fotos familiar y comentaban los parentescos con aquellos señores y señoras que Emma no llegó a conocer.

Sin embargo, esa tarde no era el mismo. Su mirada carecía del brillo y la vivacidad anteriores. Parecía como si el abuelo no la conociese, sintiéndose un extraño en aquella casa rodeada de recuerdos que él no sería capaz de volver a evocar. Todo lo que había vivido y sentido pertenecían a un pasado que difícilmente regresaría.

Había temido siempre ese momento. Aquella persona que había rebosado vida y alegría, que tantas veces le había dicho “Te quiero”, ahora no la conocía. Contuvo las lágrimas y se dirigió a la cocina con la idea de preparar el té, como cada tarde. “Abuelo, no te vayas, te necesito cerca. Aún soy esa niña que se cae del columpio y que necesita una riña cuando se porta mal”, se dijo afligida.

Dispuso las tazas y las galletas sobre la bandeja y se dirigió a la sala. Allí el anciano seguía sentado en el mismo sillón, jugueteando con una figura que había pertenecido a su padre, manteniendo las distancias con aquella extraña que había entrado en su casa.

- Abuelo, hoy estás muy callado –dijo Emma con naturalidad, esperando ansiosa una respuesta que le devolviera al abuelo.

- No sé quién eres, ni quién soy yo. He recorrido esta casa, que me imagino que es mía, buscando una identidad, pero no la encuentro. Desconozco el tiempo que hemos pasado juntos, pero entiendo por tu sonrisa y tus gestos de cariño que soy alguien muy importante para ti –contestó, a la vez que tendía una mano a su nieta.

- Te quiero, abuelo.

Emma no pudo reprimir las lágrimas. Aquello no era lo que esperaba, pero comprendió que ahora eran dos personas con una memoria compartida. Desde esa misma tarde ella sería la encargada de contar todas las historias que durante años habían pertenecido al recuerdo de su abuelo. Ahora, más que nunca, se necesitaban el uno al otro.

Posó la taza sobre la bandeja. Cogió el álbum de fotos y comentó la primera imagen.

- ¿Sabes quiénes son estos niños? Este de aquí eres tú, y estos son tus hermanos Carlos y Miguel.


El pasado y la rutina volvían a la casa, aunque no lo hacían en el orden esperado. 


Espero que os haya gustado. Yo seguiré escribiendo y compartiendo mis relatos con vosotros. 

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho Ana!! Y la verdad es que tenías mucha competencia con tantos relatos!! Pero tu no te desanimes ni pierdas las ganas de presentarte a más concursos de relatos!!

    Un besito,
    Sandra von Cake

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    Respuestas
    1. Muchas gracias Sandra!! Sí, había mucha competencia, pero lo importante es participar. Escribir algo en tan poco tiempo... ¡dificilísimo! Pero me ha valido para saber que puedo hacerlo(la próxima vez procuraré no ir contrarreloj, jijiji).
      Muaks

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